Las palabras se acaban rápido, ese amargo sabor a tristeza tan impasable.
¿Es acaso mi percepción o el tiempo vuela, se desvanece, se evapora como el sudor?
Un parpadeo y ahí están, ahí vienen los recuerdos; vagos algunos; profundos y enfermizos los otros.
En cuestión de segundos te abrazan, te cobijan entre sus destellos de magia, risas y rencores. Entre amores pasados, amores futuros, amores inexistentes. Recuerdos que ni siquiera han sido recuerdos porque nunca lo has vivido, pero sí soñado con ellos....
Sueños que quisieras fueran verdad, que no quieres soltar, que quieres permanecer en ese mundo, rodeada de esa incertidumbre que tan feliz te hace. Esa realidad que aún no existe, que aún controlas...Colores, personas, sensaciones, todo ahí a la mano, como ingredientes de la mejor comida que pudieras prepararte. La sensación de verte y orientarte en tus sueños es imprescindible, es en el único momento que le haces caso a esa diminuta pero a la vez estruendosa vocecita. Esa manera de interpretarte mejor que nadie en ese espacio místico.
En eso, sientes, intentas persuadirlo, pero no puedes, no quieres, luchas por mantener esa escena, ese destello de lucidez en tu sueño. Cuando ves a tu alrededor, el tiempo escurridizo ya ha hecho estragos... Ya no eres la misma del sueño, ni siquiera la misma antes de tener ese sueño. Te das cuenta que los únicos recuerdos dulces son aquellos con los que solo has soñado, que todos lo demás son palabras sin significado, frases inconclusas, memorias viejas, que solo duelen, que solo hacen más fuerte ese sabor a melancolía... y la única manera de esconder ese sabor es con el la mezcla de granos de café más fuerte que has encontrado, la única manera de soportar el día, soportar esos reclamos que siempre te haces, hasta que llega el momento justo dónde vuelves a ese mundo tan tuyo y ríes porque tienes el control de tu felicidad.